lunes, 19 de diciembre de 2011

Tiffany & Co

CLÁSICOS VISIONARIOS

Hoy quiero mostrarles, como buscar una identidad propia, una distinción hizo de una pequeña tienda de articulos decorativos lujosos en una marca reconocida, imitada, única y visionaria, es la historia de Tiffany & Co.

 La gran ciudad de Nueva York en la década de 1830 a 1839, era muy diferente a la vibrante metrópoli de la moda que conocemos hoy. La que durante algunos años fuera la capital del país, se convirtió en aquel entonces en un centro financiero con un crecimiento sorprendente. Las nuevas clases media y media alta emergían, poblando las polvosas calles de carruajes. Por allí mismo las damas caminaban ensuciando el ruedo de sus vestidos de seda y satín y los caballeros se quitaban el sombrero de copa al verlas pasar.

Los estadounidenses de esa época estaban en la búsqueda de un estilo propio: querían desvincularse de los gustos europeos y crear una imagen que los distinguiera como ciudadanos de una nueva nación. Dos jóvenes visionarios supieron captar esta necesidad: Charles Lewis Tiffany y John B. Young, a quienes todos sus conocidos veían como si hubieran enloquecido al participarles que abrirían una tienda de artículos de lujo. Tiffany pidió un préstamo de mil dólares a su padre para abrir su primera tienda en el 259 de la calle Broadway, donde los primeros teatros no eran siquiera soñados.

Apartándose de la opulencia del estilo victoriano tan en boga en el Viejo Continente, los jóvenes aventureros se inspiraron en la naturaleza para crear artículos para mesa en plata y, unos años después, joyería. La tarjetas de precios de sus productos llevaban la leyenda “no negociable”, una medida sin precedentes en la ciudad, tanto así que llevó al nombre de la tienda hasta los titulares de los periódicos por su peculiaridad.

Las ventas durante el primer día fueron de 4.98 dólares. En poco tiempo, Charles compró la otra mitad del negocio a su socio y la empresa tomó su apellido. Una de sus primeras medidas fue la de utilizar en sus diseños plata, una proporción de 925 sobre 1000 (92,5% de plata pura y el resto de cobre), la de más alta calidad en la historia hasta ahora. Tiffany negoció con el gobierno estadounidense para que esta medida se certificara oficialmente y es la que se utiliza hasta la fecha para determinar la calidad de ese metal.

Una vez que las piezas de platería Tiffany fueron reconocidas como las mejores del país, el dueño de la empresa adquirió las minas de diamantes Kimberley, en Sudáfrica, poseedoras de los diamantes amarillos más puros y finos que existen en la tierra.


Tiffany fue el primero en contratar a un gemólogo, el doctor Frederick Kunz, para que tallara las piedras con la encomienda de darles el mayor brillo posible. Kunz talló un diamante de 287 quilates reduciéndolo a 128 y le dio 82 facetas (las caras de la piedra), con lo que consiguió una piedra de menor tamaño pero con destellos sin igual.

Otra de las modalidades impuestas por la firma, que posteriormente se extendería a las joyerías de todo el mundo, fue la de utilizar una montura para los anillos en la que el diamante estuviera sostenido sólo por “uñas” de platino, gracias a lo cual éste recibe la luz en todas sus caras, lo que permite apreciar su pureza y brillantez. Por aquellos años, el presidente Abraham Lincon compró en Tiffany un collar de perlas cultivadas para su esposa, Mary Todd.

Brillo, pureza, cortes perfectos y tallado con virtuosismo técnico fueron las características impresas por la firma en todas sus piedras, lo que los llevó pronto a ser los favoritos cuando un hombre enamorado desea sellar la promesa de matrimonio con su novia. Se dice que el anillo de compromiso es una joya que una mujer voltea a ver millones de veces en su vida, así que la inversión, al parecer, vale la pena.


Espero hayan disfrutado con esta fantastica historia llena de anécdotas.